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Aurora Casierra

Aurora en Ciudad Bolívar. Foto de archivo

Una carta que dejaron en la puerta de su casa marcó el final de la vida que Aurora conocía. El mensaje era claro; o se iban o los matarían. En el 2002, en medio de presencia de grupos armados en el barrio donde vivía, la mujer delgada de piel oscura y sonrisa contagiosa, no tuvo más opción que abandonar su hogar para salir con vida de ahí y proteger a su familia. 

 

Aurora Casierra nació  y se crió en el municipio Vuelta del Gallo del Río Patía en Tumaco. La mayor de 11 hermanos, recuerda haber tenido una infancia dura por las dificultades económicas pero al mismo tiempo recuerda que fue una niñez muy bonita enriquecida por la naturaleza y a música. Su madre era cantaora y su padre tocaba diferentes instrumentos por lo que se crió con un fuerte apego a la música tradicional del Pacífico. 

 

La música en la costa Pacífica recoge muchas herencias de tradiciones africanas pero también de la mezcla cultural que se conformó con las tradiciones indígenas y españolas. De la cultura hispánica se pueden rescatar características del canto gregoriano que llegaron a Colombia con las misiones religiosas del siglo XVI  y que se evidencian en los alabaos y arrullos tradicionales del Pacífico. Este tipo de modalidades musicales se caracterizan por su esencia religiosa y ceremonial y por no llevar instrumentos sino que las voces son las protagonistas.

 

De niña, Aurora cantaba arrullos y alabaos en las fiestas celebradas para la Virgen del Carmen, San Antonio y al Divino Niño y en los velorios o funerales. Creció viendo a su madre cantar y aprendió de ella, así como su madre había aprendido de su abuela.

 

Llegó a Bogotá huyendo de la violencia y no tuvo más opción que adaptarse a lo que se convertiría en su nuevo hogar. Se despidió del río, de los peces, el paisaje y la comida típica que tanto disfrutaba para darle la bienvenida al frío y caos de la capital. Sin embargo, esto no la despojó de su cultura y de su amor por la música tradicional del Pacífico. 

 

Aurora vive en Ciudad Bolívar en una pequeña casa de fachada verde con ventanas y puerta blanca. Tiene dos hijos que vinieron con ella desde Vuelta del Gallo y dos nietas a las que ama profundamente y por las que sonríe con solo mencionarlas. 

 

Y tal vez fue gracias a este amor tan fuerte que siente por sus nietas que Aurora vio la necesidad de trabajar con niños. Al igual que ella y su familia, una cantidad significativa de afrocolombianos desplazados por la violencia en el país, llegaron a Ciudad Bolívar dispuestos a empezar de cero en una ciudad tan diferente, con tradiciones y culturas distintas a lo que conocían. 

 

Aurora lidera un proceso de formación en música y cantos tradicionales del Pacífico con niños, niñas y adolescentes de los barrios El Oais, Robles, La Isla, Caracolí, Arborizadora Alta y Lucero. Uno de sus principales objetivos al trabajar con niños afro es brindarles herramientas alternativas como la música para construir paz. Asimismo, resalta la importancia que es inculcarle las tradiciones culturales para que nunca olviden de dónde vienen. 

 

¿Y cómo empezó este proceso? Aurora decidió acercarse a las casas y preguntarle a los padres  y niños si querían hacer parte de este proyecto en donde aprenderían de la música y cantos tradicionales del Pacífico. Al ser una líder comunitaria en Ciudad Bolívar, muchos de los padres ya la conocían por lo que les brindaba confianza. Además, a los padres les pareció una gran idea pues preferían que los niños estuvieran aprendiendo música y siendo parte de este proyecto a que estuvieran en las calles del barrio susceptibles a peligros o malos hábitos o comportamientos. 

 

Así empezó la iniciativa de Aurora Casierra de usar la música y cantos tradicionales del Pacífico como un puente entre los niños desplazados y su cultura. En 2012, el grupo de niños, niñas y adolescentes guíado musicalmente por Aurora participó en la segunda versión el evento “Cantaoras: El alma de un pueblo” realizado por la fundación Río al Sur en donde se presentaron en las Universidades Javeriana y Sabana y varios comedores comunitarios de la ciudad. 

 

En los talleres, Aurora le enseña a los niños a cantar, los alabaos y arrullos y a tocar instrumentos como la marimba, cununos y guaza. De esta manera, los acerca a sus raíces y a la cultura que muchos no alcanzaron a conocer porque debieron salir de su tierra siendo muy pequeños. 

 

Y la música no es el único puente que utiliza esta mujer para mantener viva su conexión con el Pacífico y transmitirla a los niños afro de Ciudad Bolívar con los que trabaja. La gastronomía es también otra muestra cultural que Aurora fortalece para traer un poco de su región a Bogotá. Le ha tocado poner a prueba su creatividad al tratar de recrear los platos típicos en la capital pues aquí no encuentra todos los ingredientes y elementos necesarios para lograrlo. 

 

Recuerda con ternura y un poco de nostalgia cuando su padre salía a pescar y llevaba a la casa los pescados, camarones y con ellos hacían sopas o tapados, un plato tradicional del Pacífico. Para las épocas de semana santa, comían mucho un pez llamado chautiza que es un tipo de sardina que se consigue en grandes cantidades en los meses de abril y mayo. El hablar de estos platos típicos de su tierra le trae muchos recuerdos de su vida en Tumaco. 

 

Aurora sabe el poder que tiene la comida para crear lazos fuertes culturales y eso es precisamente lo que quiere inculcarle a las comunidades afro que se han desplazado a Bogotá. A través de los sentidos, transportarlos hacia el Pacífico. 

Este video fue realizado por la fundación Río al Sur que busca generar espacios culturales en especial con la comunidad afro que ha sido de las más afectadas por el conflicto armado en Colombia. 

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